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Pensamiento crítico: dos decisiones que cambiaron la historia

El liderazgo adaptativo no solo consiste únicamente en la capacidad de dar o seguir órdenes, sino en la facultad de discernir críticamente en momentos de alta presión. A lo largo de la historia, los líderes que han ejercido el pensamiento crítico han logrado evitar catástrofes, mientras que quienes se han aferrado a la obediencia ciega han conducido a episodios que cambiaron el rumbo de la historia.


Vice Admiral Vasily Arkhipov Василий Архипов

Para ilustrar la trascendencia del pensamiento crítico en el liderazgo, resulta revelador contrastar dos momentos decisivos de la historia. El primero nos lleva a la Guerra Fría, cuando un oficial soviético, Vasili Aleksándrovich Arkhipov, tomó una decisión que evitó la posible destrucción de la humanidad. El segundo nos traslada a la Europa del siglo XIX, al campo de batalla de Waterloo, donde el mariscal Jean-Baptiste Bernadotte, uno de los generales más cercanos y condecorados de Napoleón Bonaparte, se enfrentó a un dilema que sellaría el destino del Imperio francés. Estos dos episodios, separados por siglos y contextos radicalmente distintos, comparten un común de dominador: muestran cómo el criterio, o la falta de él, puede alterar el rumbo de la historia.


Matthew Lipman, filósofo estadounidense considerado el padre de la educación para el pensamiento crítico y creador del programa Philosophy for Children (P4C), definía al juicio critico como "un pensamiento hábil y responsable que facilita el buen juicio porque se basa en criterios, es autocorrectivo y sensible al contexto”. Su aporte fue decisivo al trasladar la filosofía del aula a la formación básica, convencido de que la capacidad de pensar críticamente debía cultivarse desde la infancia como condición de crear ciudadanía.


Vasili Arkhipov: el héroe olvidado de la Guerra Fría


En octubre de 1962, el mundo se encontró al borde de la aniquilación nuclear durante la crisis de los misiles en Cuba, cuando la confrontación entre Estados Unidos y la Unión Soviética alcanzó un punto de tensión sin precedentes. El presidente John F. Kennedy había decretado un “bloqueo naval” —denominado oficialmente cuarentena— alrededor de la isla para impedir la llegada de misiles soviéticos donde ya tenían los silos preparados para su instalación, una medida que Moscú consideró un acto de agresión. En medio de este clima de máxima tensión, el submarino soviético B-59, equipado con torpedos nucleares, se encontraba rodeado y acosado por destructores estadounidenses que lanzaban cargas de profundidad de advertencia para forzarlo a emerger.


18 de octubre de 1962: Fotografía de la Casa Blanca del presidente Kennedy reunido con el ministro de Relaciones Exteriores soviético, Andrei Gromyko, y el embajador Anatoly Dobrynin, en la que JFK no revela que sabe sobre los misiles, y Gromyko afirma que la asistencia militar soviética es puramente defensiva.
18 de octubre de 1962: Fotografía de la Casa Blanca del presidente Kennedy reunido con el ministro de Relaciones Exteriores soviético, Andrei Gromyko, y el embajador Anatoly Dobrynin, en la que JFK no revela que sabe sobre los misiles, y Gromyko afirma que la asistencia militar soviética es puramente defensiva.

La tripulación del B-59, aislada del exterior y sin comunicación clara con Moscú, estaba convencida de que la guerra había estallado. Bajo esa presión, el capitán Valentin Savitsky recibió una instrucción de utilizar un torpedo nuclear contra las fuerzas estadounidenses para romper el bloqueo, cumpliendo la directriz de Nikita Jrushchov: lograr el objetivo de romper el bloque “a cualquier costo”. El lanzamiento de ese torpedo no habría sido un movimiento táctico, sino el primer golpe en una escalada atómica que habría cambiado el destino del planeta.



 Los tres participantes y su capitán: Dubivko, Shumkov, Vasili Arkhipov y R.A. Ketov.
 Los tres participantes y su capitán: Dubivko, Shumkov, Vasili Arkhipov y R.A. Ketov.

En ese momento, la decisión no dependía únicamente del capitán, pues la orden de disparar requería la aprobación de tres oficiales de alto rango a bordo. Dos de ellos —incluido Savitsky— estaban dispuestos a proceder. El tercero era Vasili Aleksandrovich Arkhipov, oficial de flotilla y segundo al mando del submarino. Arkhipov, consciente de las consecuencias irreversibles de tal acción, se negó a autorizar el lanzamiento. Su oposición no fue un simple acto de insubordinación, sino la expresión de un juicio independiente, sostenido en lo que Richard Paul y Linda Elder —fundadores de la Foundation for Critical Thinking— definen como la esencia del pensamiento crítico: “evaluar alternativas, prever consecuencias de largo plazo y decidir con criterios sólidos más allá de la presión inmediata”.


submarino soviético que rompió la cuarentena y surgió en la isla de cuba
U.S. Navy surveillance del primer Soviet F-class submarino que sale a la superficie Octubre 25, 1962.

El gesto de Arkhipov, aislado en la profundidad del océano en un submarino a punto de desatar el Armagedón, constituye uno de los actos más significativos de pensamiento crítico en la historia contemporánea. Gracias a su negativa, el mundo evitó lo que habría sido una guerra nuclear de consecuencias irreparables para la humanidad, un hecho que lo coloca como un héroe silencioso y, sin embargo, olvidado. Carta de Premier Soviético Khrushchev a John F. Kennedy. Archivos Sonoros de llamadas telefónicas de JFK


Waterloo: la obediencia que selló la derrota de Napoleón


La historia también nos ofrece el reverso de la moneda: episodios en los que la lealtad sin cuestionamiento condujo a un escenario irreparable. Junio de 1815. En los campos de Waterloo, Napoleón Bonaparte jugaba su última carta para restaurar la gloria de Francia. Frente a él se alzaba el ejército británico del Duque de Wellington, atrincherado con disciplina y esperando refuerzos. Pero el verdadero peligro no estaba únicamente en esas líneas defensivas, sino en el avance inminente del ejército prusiano liderado por Gebhard Leberecht von Blücher, cuya llegada podía inclinar de manera decisiva la balanza.


Napoleón lo sabía. Por ello ordenó a uno de sus

mariscales más experimentados, Jean-

Mariscal Jean-Baptiste Bernadotte
Mariscal Jean-Baptiste Bernadotte

Baptiste Bernadotte, que interceptara a los prusianos y los detuviera “a cualquier precio”. Era una orden tajante, sin matices. Bernadotte, fiel hasta la médula, ejecutó las instrucciones sin evaluar las condiciones del terreno ni replantear la estrategia. Nunca se preguntó qué pasaría si, en lugar de perseguir a Blücher con obstinación, desviaba su batallón para sostener a su propio emperador en el centro del campo de batalla.


El neuropsicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía y autor del libro Thinking, Fast and Slow, describe cómo, bajo presión, incluso los líderes más capaces suelen ceder al “sistema de pensamiento rápido”: respuestas automáticas que sacrifican el análisis profundo en favor de la inmediatez. Eso fue, precisamente, lo que ocurrió en Waterloo. Bernadotte eligió la obediencia sobre la reflexión. Y esa obediencia resultó fatal.


Gebhard Leberecht von Blücher
Gebhard Leberecht von Blücher

Blücher llegó con tropas descansadas y a tiempo, reforzó a Wellington y, juntos, aplastaron al ejército francés. Lo que pudo ser la victoria más audaz de Napoleón se convirtió en su derrota definitiva. El Imperio se derrumbó no solo por la lluvia que empantanó la artillería ni por la férrea resistencia británica, sino también por la ausencia de pensamiento crítico en un momento donde el criterio de un solo hombre pudo haber cambiado el curso de la historia.


Pensamiento crítico: dos decisiones que cambiaron la historia. El contraste entre Arkhipov y Bernadotte ilustra con nitidez lo que John Dewey, filósofo y pedagogo estadounidense considerado el padre del pragmatismo y uno de los más influyentes en la teoría democrática del siglo XX, llamaba la “disciplina intelectual del juicio”: la capacidad de interrumpir la inercia de la acción y preguntarse no solo qué se debe hacer sino qué se debería evitar a toda costa. Dewey defendía que el pensamiento reflexivo era la base de la educación, pues permitía a los individuos actuar de manera responsable en contextos complejos. Arkhipov encarna al líder que, aun en condiciones extremas, introduce la pausa reflexiva que salva vidas. Bernadotte, en cambio, se convierte en el emblema de la obediencia sin cuestionamiento, de esa “fidelidad sin criterio” que, lejos de consolidar el liderazgo, acelera la ruina.


El pensamiento crítico, lejos de ser una habilidad, es una herramienta vital en la toma de decisiones. Frente a órdenes dictadas por superiores, la historia nos recuerda que la responsabilidad última no recae en el poder que manda, sino en el criterio de quien ejecuta. El liderazgo se construye en esa tensión entre obedecer y pensar, entre la lealtad y la prudencia. En tiempos donde la automatización y los algoritmos parecen reclamar nuestra confianza ciega, la lección de Arkhipov cobra relevancia: atreverse a detenerse, cuestionar y elegir con responsabilidad puede ser lo que salve el porvenir de una sociedad entera.

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