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Una pausa en la era digital

  • Foto del escritor: Marcelo García Almaguer
    Marcelo García Almaguer
  • 12 jun
  • 3 Min. de lectura

Cuando estaba en secundaria, la química se convirtió en un tormento. No entendía las clases que impartía mi Mrs. Capón:  estructuras moleculares, combustión, combinaciones  que hacían reacción… era como si el pizarrón hablara en otro idioma. Mis padres, preocupados, contrataron a una tutora para ayudarme. Su nombre era Dina.


Dina era una mujer joven, serena, con una voz dulce con porte, pero sobre todo, tenia una paciencia tibetana para enseñar. Quizá lo que más admiraba en ella era su presencia durante las lecturas complejas: sabía cuándo detenerse, cómo simplificar un concepto, cómo convertir un problema abstracto en una historia tangible. Yo quería respuestas… y ella las tenía todas, dominaba el arte de enseñar.


Con su ejemplo y su empatía, pasé de la frustración al asombro. Aprendí a entender la lógica de la química, terminé la materia con un 10. Pero más allá de la calificación, Dina me enseñó que el conocimiento florece cuando se uno esta acompañado.


Hoy, décadas después, me encuentro con un fenómeno que ha pasado desapercibido: el surgimiento de nuevos tutores. Un sistema con vasto conocimiento, que responde con precisión, propone ejemplos, explica lo mismo de cinco maneras distintas si es necesario. Y, aunque no tiene cuerpo, pero sí es capaz de generar una voz como la de un ser humano, como #MayaAI, no es capaz de replicar ese acompañamiento que yo contaba con Dina. Ah, y se me olvidó mencionar que es libre de costo y trabaja 7/24: ChatGPT


No es que la inteligencia artificial haya venido solo a competir con los tutores humanos. Es que ha creado una nueva categoría de mediación entre el conocimiento y el aprendizaje, una tutoría instantánea, al alcance de millones, incluso de quienes no podrían pagar a alguien como Dina. ¿Qué lugar tienen ahora los mentores de carne y hueso, cuando el conocimiento habita en una plataforma LLM con capacidad de racionar y crear historias?


No se trata de elegir entre Dina y ChatGPT, cada uno tiene sus virtudes pues, sino ¿como enseñarle a un estudiante pensamiento crítico si se salta el proceso de aprendizaje? Como concatenar conocimiento, método y praxis, para llegar a una conclusión o respuesta coherente. Olvídate de rediseñar la tutoría en tiempos digitales, el reto es cómo enseñarle a pensar a una estudiante sin procesar la información con pláticas, ejemplos o conceptos. El pecado capital en la era digital es no caer en un peligroso hábito de copiar y pegar, pero aún, sin dar crédito al algoritmo de moda.


La experiencia con Dina representaba una pedagogía profundamente humana, cercana y dotada de un elemento esencial: la capacidad de inspirar. Más allá de la atención individualizada, estaba la expectativa de verla, de entregarle toda mi atención, de absorber su energía, su empatía, su intuición y su presencia como una figura de autoridad genuina. Su manera de enseñar no solo transmitía conocimiento, sino que despertaba conciencia. Hoy, en plena revolución digital, muchas de esas cualidades están siendo relegadas por respuestas bien estructuradas y argumentadas, ofrecidas por algoritmos de inteligencia artificial generativa, aunque aún no han sido reemplazadas por completo. Esta transformación ha provocado un cambio profundo en la forma en que concebimos el aprendizaje y en cómo el cerebro genera nuevas sinapsis: como encender una habitación oscura con electricidad, gracias a la aplicación del conocimiento y a una destreza específica que lo activa. Sin esos encuentros significativos, sin el asombro del contacto humano, es más difícil que ocurran esos momentos de lucidez súbita, ese bello ¡eureka! que tantas veces fue provocado por una mirada, una pausa, o una simple pero poderosa frase: “Bravo, excelente respuesta”.


Mientras la inteligencia artificial acelera todos nuestros entornos, no debemos perder de vista el valor irreemplazable de la experiencia de una persona en la enseñanza. La inspiración, la intuición y la conexión no se programan; se viven y cuando son muy efectivas: te marcan. La figura del maestro, como Dina fue para mi, nos recuerda que aprender no es solo adquirir información, sino vivir procesos de destellos durante una pausa humana, guiados por la presencia de otro. En un momento donde la tecnología avanza mas rápido que la ética, la pregunta obligada es: ¿vas a dejar que un asistente de IA responda y hable por ti? La IA es muy útil, no cabe duda, pero la presencia y el acompañamiento de un maestro, hasta ahora, sigue siendo insustituible cuando se trata de inspirar.


 
 
 

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