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¿A quién creerle? La verdad ya no garantiza justicia

  • Foto del escritor: Marcelo García Almaguer
    Marcelo García Almaguer
  • 21 jun
  • 3 Min. de lectura

¿A quién creerle? Artículo Marcelo García Almaguer
La paradoja de la confianza: por qué a veces escuchamos a quien menos sabe.

La ecuación visibilidad + seguridad pesa hoy más que la calidad de las ideas. Me explico: la visibilidad se ha convertido en una nueva forma de validación social. Aquello que se muestra con frecuencia, ya sea en plataformas digitales o en medios tradicionales, adquiere una apariencia de legitimidad que, en muchos casos, no guarda relación con la profundidad o el valor real del mensaje. Esta distorsión silenciosa genera una paradoja tan sutil como peligrosa: confundir la confianza con la competencia.


La evidencia es contundente. Diversos estudios en psicología positiva han demostrado que, en entornos laborales, académicos y políticos, solemos vincular ciertos comportamientos con percepciones erróneas:


• Asociamos la seguridad al hablar con profundidad intelectual.

• Asociamos la sobreexposición mediática con credibilidad.


Este sesgo de percepción no solo altera el juicio público, sino que redefine quién tiene voz y autoridad en el espacio digital.


Pensemos en una junta de trabajo. ¿Quién influye más en las reuniones? quien habla primero, más seguro e incluso con voz alta y mejor estilo. Estos actores suelen captar la atención, aunque sus ideas no sean necesariamente las mejores. En cambio, quienes analizan con profundidad e incluso dudan antes de intervenir, suelen quedar al margen, aunque sus ideas pudieran aportar a la discusión.


Este fenómeno no es casual. Se trata de un sesgo cognitivo documentado científicamente que distorsiona cómo evaluamos la credibilidad de los demás en la era digital. Y lo más grave es que, al repetirse, se convierte en un patrón estructural: le damos poder a quienes se muestran más seguros, no necesariamente a quienes saben. Este sesgo tiene nombre. Se le conoce como el sesgo cognitivo Dunning-Kruger, y describe cómo las personas con menor conocimiento en un tema tienden a sobreestimar sus capacidades, mientras que las personas realmente competentes suelen expresarse con más cautela sus opiniones.


En el ágora digital, la fórmula visibilidad + seguridad = reconocimiento social. Esta, termina desplazando a criterios críticos como veracidad. En contextos donde se espera que las ideas sirvan para generar una acción colectiva, movilizar o frenar una conducta nociva, esta distorsión puede convertirse en una limitante. En lugar de reflexionar si una idea es valiosa, se pregunta si va a generar likes o si aumentará la reputación del emisor, todo en el nombre del reconocimiento social y la monetización.


El contenido digital tiende a plegarse a las exigencias del algoritmo, que como ya sabemos, premia lo viral, lo polémico y lo emotivo, por encima del conocimiento útil. Es ahi donde la sobreinformación sustituye la reflexión. Como advierte Neil Postman, “el medio moldea el mensaje”, y el ecosistema digital favorece formas que privilegian el impacto inmediato sobre el pensamiento crítico.


¿Cómo salir de esta trampa?


Reconocer este sesgo es el primer paso. Como ciudadanos, necesitamos reeducar nuestra percepción para distinguir entre lo que es información y lo que constituye conocimiento. Aprender a valorar la duda como signo de pensamiento crítico, se puede. Fomentar entornos donde la profundidad no sea desplazada por el espectáculo, se puede.


No hablo de un mero ejercicio intelectual, distinguir entre confianza y competencia es un acto de responsabilidad cívica en un entorno vertiginoso.


Cuando se trata de la corte de la opinión pública, ya sea digital, mediática o sintética, la justicia dejó de girar en torno a la verdad. En este nuevo tribunal simbólico, el juicio no se dicta por argumentos, sino por percepciones. Hoy las generaciones le creen no necesariamente a la persona que tiene la razón, sino se decantan por el que mejor encarna nuestros afectos, ya sea por su carisma, la investidura que representa o las redes de poder que lo respaldan.


Así, el ecosistema digital y sus multiples cortes operan bajo la lógica del espectáculo teatral y la pirotecnia mediática, donde el juicio moral se emite no por una deliberación racional, sino a partir de afinidades, y en muchas ocasiones validada y apoyada con narrativas prediseñadas y fabricadas desde TikTok e Instagram. Un ejemplo emblemático es el juicio mediático que fue tendencia global por semanas: el caso Depp vs. Heard. ¿La lección? La verdad ya no garantiza justicia. En la actualidad, la gente otorga credibilidad a quién le cae mejor.

 
 
 

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